1.7.-GRANDES ESTUDIOS DE ESTADOS UNIDOS:
• Desde comienzos de los años diez se
fueron fundando las más importantes empresas de cine estadounidense.
CINE
ESTADOUNIDENSE
1.
Metro Goldwyn Mayer
2.
La MGM
3.
La Warner Bros
4.
Paramout
5.
La Universal
La RKO
1.8.-EL CINE EUROPEO DE LOS TREINTA Y CUARENTA:
• Tras la
implantación del sonido en todo el mundo, las industrias de cada país
comenzaron a producir y a abastecer el mercado con películas que fueron
interesando al público.
• El cine
francés se mueve en el realismo que se ofrece desde la tradición y los ambientes
populares y el drama
1.9.-El cine estadounidense de
los 40 y 50:
El cine
estadounidense de los cuarenta se vio delimitado en su producción por la
entrada del país en la Segunda Guerra Mundial, que impulsó el cine de
propaganda desde el documental y el cine de ficción, en películas en las que el
heroísmo del soldado estadounidense quedaba bien destacado, como en Treinta
segundos sobre Tokio (1944), de Mervyn LeRoy, y Objetivo Birmania (1945), de
Raoul Walsh, con un Errol Flynn capaz de solucionar él solo todos los
problemas.
ENSAYO 3
1.7.- GRANDES ESTUDIOS
DE ESTADOS UNIDOS:
Desde comienzos de los años diez se fueron
fundando las más importantes empresas de cine estadounidenses como la Universal
Pictures, Fox Film Corporation —después conocida por 20th Century Fox-, United
Artists, Warner Bros., Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Columbia, Paramount, RKO, que
irían sufriendo diversas modificaciones en su estructura de gestión al
fusionarse con otras empresas dedicadas a la exhibición y la distribución. La
consolidación de estas firmas permitieron que la década de los años treinta se
definiera como la "Edad de oro" de los grandes Estudios
cinematográficos estadounidenses (y del mundo). El motivo no es sólo la
producción continuada que se realiza en cada uno de ellos, sino el desarrollo
de las más diversas líneas temáticas que dieron lugar una política de géneros
más definida.
Se contempló a la Metro Goldwyn Mayer —con su famoso león en la presentación de
todas sus películas-, Paramount y Warner con respeto, sobre todo porque fueron
los Estudios que dispusieron de mayores recursos tecnológicos y humanos.
Después se incorporaría al grupo la 20th Century Fox. En cualquier caso, la
exclusividad no impidió un intercambio a lo largo de los años de actores y directores
según intereses afines.
La MGM se hizo con el estrellato cinematográfico gracias a los temas románticos
dirigidos por Clarence Brown e interpretados por Greta Garbo (Ana Karenina,
1935), las más diversas historias firmadas por Victor Fleming (La indómita,
1935; Capitanes intrépidos, 1937), en especial dos películas que marcaron una
época de esplendor: Lo que el viento se llevó (1939), con Clark Gable y Vivien
Leigh, y El mago de Oz (1939), con una jovencísima Judy Garland. Los hermanos
Marx fueron dirigidos por Sam Wood en sorprendentes películas como Una noche en
la ópera (1935) y Un día en las carreras (1937). La producción musical del
Estudio quiso ser una proyección de los espectáculos de Broadway, tanto
operetas (con Jeannette MacDonald) como historias con mucho baile (con Eleanor
Powell).
La Warner Bros. supo desarrollar hábilmente géneros como el cine negro y el
cine de aventuras. En el primero Mervin LeRoy dirigió títulos tan
representativos como Hampa dorada, (1930), con Edward G. Robinson, y Soy un
fugitivo (1932), con Paul Muni; en el cine de aventuras destacan las
aportaciones de Michael Curtiz, representativas de un modo de hacer que atrapó
al público de la época: La carga de la brigada ligera (1936) y Robín de los
bosques (1938), ambas con Errol Flynn y Olivia de Havilland. Y en el campo
musical sobresalieron las películas barrocas dirigidas y coreografiadas por
Busby Berkeley.
Paramout por su parte apoyó los grandes filmes históricos de Cecil B. De Mille
como El signo de la cruz (1932) y Cleopatra (1934), la comedia sofisticada y de
fina ironía de Ernst Lubitsch (Un ladrón en mi alcoba, 1932; La viuda alegre,
1934) o el cine de gangsters y de terror dirigidos con buen pulso por Rouben
Mamoulian (Las calles de la ciudad, 1931; El hombre y el moustruo. Dr. Jekyll y
Mr. Hyde, 1932) . Sus películas musicales fueron mas bien historias en las que
diversos actores cantaban unas canciones (Mae West, Bing Crosby, etc.).
La Universal se especializó en cine de terror con inolvidables películas que
han marcado a buena parte del cine posterior de género. James Whale fue el
responsable de Frankenstein (1931) y El hombre invisible (1933), entre otras.
Tod Browning dirigió Drácula (1931), con un inimitable Bela Lugosi, y una
sorprendente e inigualable La parada de los monstruos (1932).
La RKO produjo los musicales de la pareja de baile más famosa del cine: Fred
Astaire y Ginger Rogers, especialmente con La alegre divorciada (1934) y
Sombrero de copa (1935). La Columbia se centró en una producción más familiar,
destacando las comedias de Frank Capra en la línea de Sucedió una noche (1934),
con Claudette Colbert y Clark Gable, El secreto de vivir (1936), con Gary
Cooper y Jean Arthur, y Vive como quieras (1938), con Jean Arthur emparejada en
esta ocasión con James Stewart.
1.8.-EL CINE EUROPEO DE LOS 30 Y 40:
Tras la implantación del sonido en todo el
mundo, las industrias de cada país comenzaron a producir y a abastecer el
mercado con películas que fueron interesando al público. No obstante, el clima
político que se vive en varios países a lo largo de los años treinta y la
Segunda Guerra Mundial, afectaron irremediablemente en el modo de hacer y los
temas a abordar por quienes deseaban dirigir cine.
El cine francés se mueve en el realismo que se ofrece desde la tradición y los
ambientes populares de René Clair (Catorce de julio, 1932) y Jean Renoir (Toni,
1934; Los bajos fondos, 1936; La regla del juego, 1939) y el drama que, con
ciertas dosis de fatalismo, recrean Julien Duvivier (Pepe-le-Moko, 1937) y
Marcel Carné (El muelle de las brumas, 1938), ambas películas interpretadas por
el gran actor Jean Gabin. La guerra delimitó espacios. Más allá de abordar
temas realistas, los directores franceses se centraron en las adaptaciones
literarias y muy académico en las formas, un cine llamado "de
qualité", con el que convivieron directores consolidados como Clair (El
silencio es oro, 1947) y otros directores más jóvenes como Jacques Becker,
Henry-George Clouzot y Robert Bresson.
El cine inglés comenzó a diseñar una estructura proteccionista para su cine,
dada la implantación del cine estadounidense en su mercado e industria. El gran
impulsor del cine de los treinta fue Alexander Korda, director y productor que
consiguió uno de sus grandes películas en La vida privada de Enrique VIII
(1933). Son los años en los que Alfred Hitchcock demuestra que sabe contar
historias (treinta y nueve escalones, 1935; Alarma en el expreso, 1938) y
Anthony Asquit alcanza su madurez con Pigmalion (1938). No obstante, los
treinta confirman que los británicos son unos maestros del documental. La
Escuela impulsada por John Grierson y con apoyo del gobierno, permitirá que un
grupo de directores (Basil Wright, Harry Watt, Paul Rotha, etc.) realicen un
cine informativo de gran altura con el apoyo de maestros como el propio
Grierson y Robert Flaherty. Los años cuarenta van a estar dominados por la
producción de John Arthur Rank, con películas de prestigio como Enrique V
(1945)
, dirigida e interpretada por
Laurence Olivier, uno de los mejores actores británicos y el que mejores
adaptaciones hizo de la obra de William Shakespeare, y Breve encuentro (1945),
de David Lean. Fueron años, los cuarenta, en los que el maestro Carol Reed
dirige películas como Larga es la noche (1947) y El tercer hombre (1949), y los
Estudios Ealing desarrollan una gran e interesante producción en el campo de la
comedia social con gran ironía (Pasaporte para Pimlico, 1949; Ocho sentencias
de muerte, 1949).
El cine alemán se muestra muy activo durante los primeros años treinta de la
mano de Joseph von Sternberg (El ángel azul,1930, con una excepcional papel de
Marlene Dietrich) y Fritz Lang (M. El vampiro de Dusseldorf, 1931, con una
interpretación especial de Peter Lorre), antes de que estos directores se
incorporaran al cine estadounidense. George W. Pabst mostró su gran vena
realista en Westfront (1930) y Carbón (1932). El ascenso político de los nazis
tiene su proyección en obras de singular relieve como El flecha Quex (1933), de
Hans Steinhoff, y El judío Süss (1940), de Veit Harlan, mientras que la
directora Leni Riefenstahl acomete dos de los pilares del documentalismo
cinematográfico: El triunfo de la voluntad (1934) y Olimpiada (1936). Con un
deseo de superar viejos traumas y, sobre todo, volver la mirada a la sociedad,
surge el neorrealismo impulsado por una generación que, aunque escasa de
recursos, supo ofrecer algunas de las historias más brillantes del cine en la
inmediata postguerra.
Dada la situación política europea, Italia se
ve sumida en la producción de cine con marcado cariz propagandístico en la
línea de La corona de hierro (19), de Blasetti, y en la comedia intrascendente
(llamada de "teléfonos blancos") de Mario Camerini (¡Qué
sinvergüenzas son los hombres, 1932). No obstante, en la inmediata postguerra
cobrará fuerza un movimiento neorrealista centrado en temas sencillos,
extraídos de la vida cotidiana y plasmados con gran realismo y un tono visual
próximo al documental.
El cine soviético alcanza unos de sus grandes momentos con Iván el Terrible
(1945), de Sergei M. Eisenstein, mientras que la presión política que se ejerce
sobre los creadores obligará a realizar otras muchas películas que pretenden
ensalzar la figura de Stalin, un culto a la personalidad que dará origen a un
retroceso en la producción cinematográfica.
1.9.-. EL CINE ESTADOUNIDENSE DE LOS 40 Y 50
La década de los cuarenta se inicia con una
auténtica bomba creativa: la película Ciudadano Kane (1940), dirigida por un
recién llegado llamado Orson Welles, que rompió muchos esquemas desde el punto
de vista visual y narrativo, y en la que tuvo un gran protagonismo el director
de fotografía Gregg Toland.
Estos años estuvieron marcados por la producción de películas de "cine
negro", con excepcionales aportaciones en obras como El halcón maltés (1941),
de John Huston, con Humphrey Bogart; Casablanca (1942), de Michael Curtiz, con
una pareja protagonista inolvidable: Ingrid Bergman y Bogart; Laura (1944), de
Otto Preminger, con Gene Tierney y Dana Andrews; y Gilda (1946), de Charles
Vidor, con Rita Hayworth y Glenn Ford. Fueron años de gran variedad temática y
de excepcionales interpretaciones. Se puede hablar de Charles Chaplin (El gran
dictador, 1940), de John Ford (Las uvas de la ira, 1940, con Henry Fonda), de
William Wyler (La carta, 1940; La loba, 1941; las dos interpretadas por Bette
Davis) y de George Cukor (La costilla de Adán, 1949, con una pareja
sorprendente: Spencer Tracy y Katharine Hepburn).
Además encontraron un hueco en la programación aquellas historias más humanas y
evangelizadoras como Siguiendo mi camino (1944), de Leo McCarey, con Bing
Crosby, los musicales como Escuela de sirenas (1944), de George Sydney, con la
famosa Esther Williams, westerns como Duelo al sol (1946), de King Vidor, con
Gregory Peck y Jennifer Jones, Pasión de los fuertes (1946), de John Ford, con
Henry Fonda, Linda Darnell,
No obstante, el cine estadounidense de los cuarenta se vio delimitado en su
producción por la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial, que impulsó el
cine de propaganda desde el documental y el cine de ficción, en películas en
las que el heroísmo del soldado estadounidense quedaba bien destacado, como en Treinta
segundos sobre Tokio (1944), de Mervyn LeRoy, y Objetivo Birmania (1945), de
Raoul Walsh, con un Errol Flynn capaz de solucionar él solo todos los
problemas. En el lado contrario se encontró También somos seres humanos (1945),
de William A. Wellman, un retrato realista de los soldados que caminan hacia
sus objetivos, de los jóvenes que sufren, tiene miedo y angustia, que pasan hambre.
También se vio condicionado en su creación por la las iniciativas del Comité de
Actividades Antiamericanas. Directores, guionistas y actores sintieron la
persecución implacable de la Comisión dirigida por el senador Joseph McCarthy.
Fue la denominada "caza de brujas", una batalla política con la que
se pretendió sanear Hollywood de comunistas.
En esta tesitura se moverá la producción cinematográfica en los cincuenta, en
la que el cine de género continuará su marcha con singulares aportaciones. En el
western se revisan sus planteamientos, con películas como Flecha rota (1950),
de Delmer Daves en la que el indio ya deja de ser el malo de la película-, Sólo
ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann, y Raíces profundas (1953), de George
Stevens. El cine negro con La jungla de asfalto (1950), de Huston, muestra su
eficacia. El musical alcanza su cumbre con las aportaciones de Stanley Donen y
Gene Kelly (Un americano en París, 1951; Cantando bajo la lluvia, 1952).
Hollywood produce mucha ciencia-ficción influenciado por la literatura de la
época y por la tensión de la "guerra fría" entre las dos
superpotencias (Ultimátum a la tierra, 1951, de Robert Wise; El increíble
hombre menguante, 1957, de Jack Arnold). Y también, comedias (Con faldas y a lo
loco, 1959, de Billy Wilder), melodramas (Obsesión, 1954, de Douglas Sirk),
historias de ambiente juvenil (Rebelde sin causa, 1955, de Nicholas Ray) y
mucho cine de entretenimiento que llega con las superproducciones (Los diez
mandamientos, 1956; Ben-Hur, 1959, de Wyler) que acomete la industria
estadounidense para intentar atraer a la sala al público que durante estos años
vive más pendiente de la televisión y del esparcimiento social.